Para Adrián Candelmi,
nuestro Django sin cadenas.
Descubrirse maestro
Cómo encarar el contradictorio pero
gratificante balance de un cuarto de siglo de docencia cumplimentado por
alguien sin formación pedagógica previa (que debutó en el metiere merced a una invitación de la hija mayor para demostrar en
su grado de la primaria a qué se dedicaban los papás), cómo reivindicar una
trayectoria mayoritariamente desarrollada en la educación privada cuando se
cree visceralmente en la pública, cómo salir airoso de la faena ejercida en una
casa de estudios distante de mi hogar y que a primera vista puede resultar una
factoría destinada a la producción en serie de norteamerican@s...
A veces se me ocurre que estoy pagando
el precio de dos involuntarios abandonos, toda vez que a fines de 1976,
diezmada mi ciudad natal por el accionar represivo de la última dictadura (que en
buena ley la consideró semillero de subversiv@s) me refugié por primera vez en la Capital Federal buscando ser
nadie. Devuelto por la democracia al pago de origen, hacia 1987, con un
divorcio a cuestas y al cabo de casi cuatro años de lucha por la reapertura de la Escuela de Cine de Bellas
Artes (lapso equivalente al de la graduación en dicha disciplina) decidí
estudiar en el Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda y tentar suerte
laboral en Buenos Aires, adonde me preservé por segunda vez, radicándome ahora durante
casi 18 años, en procura de conjurar otros fantasmas no menos dañinos que los
que provocaron mi primer éxodo, como la pena y el desempleo. Por ello tiendo a
suponer que arrastro el karma de “el que se fue a Sevilla y perdió su silla”,
puesto que nunca más recuperé espacio profesional ni académico en el lugar del
que partí. Es comprensible, a veces las ciudades que nos vieron crecer pueden
llegar a ser más rencorosas que las novias despechadas.
Mi primer oferta pedagógica con visos
de estabilidad, formulada por la entonces colega de GuionArte Claudia López
Neglia, condujo a la Facultad de Diseño y
Comunicación de la
Universidad de Palermo. Cuando ingresé - en 1993 y al cabo de
breves experiencias en primaria (Escuela
Normal N°1 de La Plata ),
secundaria (EMEM N° 7 de Capital) y terciaria (Primera Escuela de FX) - la
institución lucía prácticamente como una comunidad hippie. Acorde a los vientos
de la época, la década del 90 transformó las cálidas reuniones docentes
presididas por la sicóloga social Lidia Argibay - a cargo de una suerte de
gabinete sico-pedagógico - en una ascéptica gerencia de recursos humanos.
El tiempo transcurrido entre esas
paredes trajo consigo desde amoríos fugaces (en los claustros docente y
estudiantil) hasta amistades inolvidables, algunas de las cuales ya no
pertenecen a esta dimensión (ahora me vienen a la mente el maquetismo
apasionado de Walter Martínez, el romance con el contrabajo de Julio Centeno, y
la devoción cinéfila de Alberto Farina)
No hallando la mejor sintonía a la
hora de intentar trascender los quehaceres áulicos, he optado por circunscribir
mi ecosistema académico exclusivamente a dicho ámbito, donde debo reconocer que
rige una autonomía de claustro que me ha permitido “tirar la casa por la
ventana” vaciando los bolsillos de mi saber sin restricción alguna. Desde esa
“mi aldea gala de Ásterix” actualizo y mejoro ininterrumpidamente los programas
de las materias que dicto, a los efectos de combatir la oxidación de mis
modestos conocimientos. En consecuencia, me atrevería a cometer la osadía de
sostener que, para un espíritu inquieto que abreva en la perspectiva del
aprendizaje permanente, dos décadas de docencia universitaria bien podrían
equivaler al cursado de cuatro carreras de grado.
Detrás de escena
docente
A lo largo de dicho derrotero he podido constatar que la mayoría de los estudiantes ingresa deseosa de acceder al secreto que nos permitió sortear dificultades en nuestro tránsito hacia un cierto éxito profesional. A partir de esta percepción se me ha ido haciendo necesario reivindicar el rol del aula - taller, conducida por un docente falible (primus inter pares) capaz de dudar en voz alta, y de establecer puentes de apertura a la sociedad real, combinando adecuadamente el saber con el hacer, la teoría con la práctica, y el estudio con el trabajo. Considero que, ante un mercado tan competitivo como el actual, el mundo académico no debe escindirse de las prácticas profesionales.
Durante
mi tarea - ligada principalmente al Área Audiovisual - he construido mayor
adhesión y saberes mejor asentados que los que emanan del exclusivo estudio de
los textos o la mera exposición magistral cada vez que he abierto a un curso
los dilemas que genera mi quehacer laboral en el medio específico, consistente en
la producción de contenidos para la divulgación científica encarada desde el
Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación , así como de documentales independientes
de carácter autoral. Explorando ese camino no ha resultado difícil convenir con
los estudiantes que entre la visión primeriza del videasta amateur y la exhibición pública de un producto noble, se impone la
necesidad de apropiación de un lenguaje que hasta ahora no necesariamente
proveen ni el ámbito familiar ni la educación pre universitaria. Más de una vez
esta modalidad operativa ha llevado a amenizar la búsqueda de un discurso que
«ablandara» la exposición de temas pretendidamente «duros». Exhibiendo pues
material propio sin editar, subrayando en qué momento poco feliz de un «plano master» haría falta aplicar un «insert correctivo», he logrado con
frecuencia «enganchar los vagones a la locomotora» que conduce hacia un
conocimiento nuevo. Hecha la salvedad de que quienes nos dedicamos al cine
documental contamos con la gran ventaja de que por lo general no disponemos a priori de un guión propiamente dicho,
sino que este se va configurando sobre la marcha, lo cual genera un fuerte
efecto seductor (imprescindible, a mi criterio, para el acto pedagógico) cual
es el de avanzar hacia el misterio.
Al
fin y al cabo quizás sólo se trate de descender de un pedestal simbólico
exponiéndose a que aquel estudiante que deberá arriesgar sus ideas a nuestra
consideración acceda también a nuestra práctica de ensayo y error, como en el
«distanciamiento brechtiano», en que la luna parece real pero exhibe el cordel
del que pende. Contrariamente a lo que suele suponerse, eso estimula
notablemente a los jóvenes, motivándolos a crear con más soltura y reforzando
su confianza e iniciativa personal. Claro que para conseguirlo es preciso
animarse a provocar al discípulo para activar en él un proceso que
necesariamente deberá culminar con la superación de su maestro. Pero asistir al
sorprendente espectáculo de exposición de tesis por parte de un estudiante al
que venimos acompañando desde los primeros años de la carrera universitaria,
constatar que la originalidad de su aporte supera nuestras expectativas y - a
veces - genera una discreta cuota de envidia (porque cuesta admitir que no se
nos haya ocurrido a nosotros, sus guías, sistematizar antes esas ideas) acaso
constituya uno de los privilegios verdaderamente envidiables que reserva la
profesión docente.
Mi
mano en la pared de la caverna
Entre 2000 y 2002 brindé múltiples
talleres gratuitos abiertos a la comunidad referidos por ejemplo a
problemáticas diversas del Noveno Arte (“Narrar
en cuadritos. El guión y los guionistas de historieta”: http://www.quintadimension.com/televicio/index.php?id=278)
Más o menos por la misma época,
alterné aquella línea de investigación
con la realización de filminutos realizados en programa Flash o 3D Studio, con
la inestimable colaboración del Maestro Oscar Desplats (que luego habría de
presidir la Asociación Argentina
de Cine Animado). “Animación en Diseño
Gráfico. En torno a la imagen cinética” http://fido.palermo.edu/servicios_dyc/publicacionesdc/vista/detalle_articulo.php?id_libro=7&id_articulo=24
y “De Altamira a Toy Story. Evolución
de la animación cinematográfica”
fueron dos de los aportes teóricos que dejó dicha experiencia. Los sábados a
las 13.30 miro en el Canal CN23 la serie Todo Toons, y aunque él no lo sepa, me
enorgullezco de mi ex alumno Darwin Cochancela, editor de la misma: Más no
puede pedir este viejo maestro que el haber contagiado una pasión.
Paralelamente, desde 1999 - y con
mayor empeño a partir de la crisis de 2001- me hallo abocado al que constituye
hoy mi empeño principal: El documental cinematográfico como herramienta al
servicio de la identidad cultural. De este último ciclo forman parte tanto el
ya remoto taller “Documental: Categoría
superior de la ficción”, como la realización con ingresantes a nuestra carrera
de Cine y TV de varios noticieros sobre la Feria Internacional
del Libro (producidos por la cámara empresaria del sector), el primer largometraje
sobre la Masacre
de República Cromañón ( http://www.taringa.net/posts/videos/1002546/retazos-de-la-memoria-_documental-sobre-cromanon_.html
), co producido con familiares de las víctimas y estrenado conjuntamente a
fines del año 2005 en la Plaza
de la República
porteña, y un largometraje sobre arte y locura realizado en 2009 con el Frente
de Artistas del Borda ( http://vimeo.com/32383967
), que ha sido exhibido en diversas latitudes de nuestro continente. Estas dos
últimas experiencias, concretadas con estudiantes de nuestra materia Taller de
Creación V, constituyen mi más valioso aporte al fomento de un pensamiento
crítico en el seno de una institución que a muchos puede parecerle un
kindergarden para adultos.
Durante el período en consideración
también pusimos en pie una carrera de Diseño de Historietas (única en un
claustro académico en toda Sudamérica), incluimos animación (incorporando las
mesas de realización respectivas) en la carrera de Imagen y Sonido, e
impulsamos la creación de la ya citada materia dedicada al cine documental.
A la ineludible pregunta acerca de qué
se puede hacer durante dos décadas en una misma institución educativa bien
podría responderle ahora que, si se ama la profesión, todo lo contrario a jugar
un rol pasivo.
La experiencia cosechada hasta aquí no
hace más que reforzarme la sospecha de que un buen maestro no debe ser más que
el peldaño firme sobre el que ha de ascender su discípulo.-