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domingo, 1 de mayo de 2016

Para debatir los nuevos paradigmas coloniales

EL ROMANCE ENTRE CAMBIEMOS 
Y EL CAPITALISMO VERDE

















Las naciones centrales suscriben declaraciones a favor de una “economía verde”, pero lo cierto es que el loable objetivo de reducir las emisiones de carbono opera como “excusa” para limitar la autodeterminación de las naciones periféricas. La contracara de esas “recomendaciones” es invisibilizar que el principal causante del daño ecológico global es el modelo productivo impuesto por los países desarrollados, que en nuestro país sobrevive intacto tanto en décadas "ganadas" como perdidas.

Hacia un salvoconducto para los depredadores del ecosistema

Según Martin Álvarez, especialista en políticas hidrocarburíferas, a partir del ingreso de varias ONGs ambientalistas como Vida Silvestre y Greenpeace,  la Secretaría de Medio Ambiente al mando del rabino Sergio Bergman estaría adoptando un nuevo y peligroso carácter, favorable al concepto de "capitalismo verde",  abrazado por distintos sectores de la derecha internacional.

Este posicionamiento procede de la ortodoxia económica liberal de corte neoclásico. Su principal representante es Frances Cairncross (1995), quien  defiende la iniciativa privada como vehículo de actuación purificadora a nivel global y como tabla de salvación colectiva para la preservación de la naturaleza. Según su credo:

* La legislación medioambiental modifica y perturba la tarea del mercado provocando una pérdida de eficacia en la organización y gestión de los recursos escasos. La legislación sólo debe obligar a prevenir o limpiar la contaminación cuando el costo de hacerlo iguale los beneficios obtenidos, de lo contrario origina deuda y por lo tanto quiebra.

* Un medio ambiente limpio puede obtenerse de varios modos:

Cambiando el estilo de consumo, lo que es difícil, de manera que sea la tecnología creada por empresas privadas la que solucione los problemas ecológicos, el Gobierno sólo ha de crear una demanda favorable al perfeccionamiento de las tecnologías, con el uso de mecanismos de producción distintos.

* La convicción de que el mercado es compatible con el medio ambiente lleva a argumentar que las políticas enfocadas a modificar por ley los métodos de actuación de las empresas son antiecológicas debido a que:

Las empresas que producen tecnologías amplían sus mercados pero quienes las aplican incrementan sus costos y no son considerados ni contabilizados como inversión.

Los ahorros que obtienen las empresas por la reducción de emisiones y residuos para evitar las multas y sanciones podrían obtenerse a través de inversiones más lucrativas.

Resumiendo, la competencia internacional favorecería a los países que no tengan implantadas normas medioambientales, al tener costos más reducidos. 

La farsa del capitalismo verde

Al presidente de Estados Unidos Barack Obama se le ha visto muy motivado en impulsar la agenda de la COP 21, un cambio de discurso muy conveniente en este año electoral.

Esta defensa ambientalista emprendida no solamente por Estados Unidos sino también por China, genera grandes dudas, en tanto son los países más contaminadores del planeta, por sus altos índices de consumo, que generan una altísima emisión de Gases de Efecto Invernadero; además de su proverbial reticencia a suscribir los acuerdos de protección del Planeta.

Vale la pena recordar, que las naciones industrializadas son las principales emisoras de CO2, lo cual sólo en este año ha elevado la temperatura del planeta en 0,85 grados centígrados (vale decir, la más alta de la historia)

Importante número de analistas cuestionan la agenda de la COP21, puesto que el documento-propuesta hecho por Naciones Unidas contiene compromisos frente a la disminución de emisiones de CO2, y adicionalmente plantea acuerdos sobre tecnología, competitividad y el uso de la tierra para agricultura, aspectos que se prestan para hacer de estos pactos ambientales un mecanismo de injerencia en los mal llamados “países subdesarrollados”, quienes son los que viven principalmente de la economía agrícola y poseen grandes riquezas naturales.

En consecuencia, se hace evidente la gravísima condición ambiental de la Tierra, producto del modelo económico capitalista, pues en su afán de lucro infinito y de consolidarse como potencias, los países van arrasando con el bienestar de la población y la naturaleza.

El lobo viene por nuestros recursos con piel de cordero

Resulta falso pensar en una protección del ambiente sin cuestionar el modelo económico, puesto que las grandes empresas siguen consolidándose en alianza con los Estados, para incrementar la explotación inclemente de los territorios y los procesos de industrialización dañinos. En ese marco, Estados Unidos resulta ser el gran campeón de la depredación del planeta.

Como se verá, la suya dista de ser "una política de cabotaje": Sin ir más lejos, la reactivación macrista del SIFEM (Sistema Federal de Emergencias, a cargo de Emilio Renda, y bajo tutoría ministerial de Patricia Bullrich) podría ser el aeropuerto institucional doméstico perfecto para que aterrice la ayuda solidaria del Comando Sur. En Paraguay, dos años atrás, el director de Planificación del Comando Sur, el contraalmirante George Balance, y el embajador estadounidense en Paraguay, James Thessin, viajaron hasta la pequeña localidad de Santa Rosa del Araguay, en el nororiente paraguayo, para inaugurar junto a la cúpula policial y militar local un modesto edificio denominado Centro de Operaciones en Emergencia y un Depósito de Suministro de Emergencias que permitiría, según los comunicados oficiales del evento, socorrer “a la población civil afectada por desastres naturales”. Balance no es un cuatro de copas. En el año 2008 firmó uno de los documentos madres del intervencionismo verde, titulado U.S. Southern Command Strategy 2018: Partnership for the Americas (Asociación para las Américas), donde Washington coloca a las emergencias climáticas y sus consecuentes crisis humanitarias como uno de los escenarios estratégicos territoriales donde intervenir.

Resulta penoso que ante semejante cuadro de situación, buena parte de la militancia popular - y la mayoría de los organismos de DDHH - se apeguen a denunciar esquemas perimidos de dominación imperial, mientras se cierne sobre nuestras naciones un novedoso y complejo estatuto del coloniaje que supera con creces la capacidad de daño de cuantos conocimos hasta la fecha.

Ante la paulatina capitulación cómplice de nuestros respectivos parlamentos, la rebelión popular aparece en el horizonte político como única alternativa de preservación de la soberanía (entendida en su más amplia acepción), hoy amenazada por un modelo que ha dado sobradas muestras de ser enemigo de la humanidad.-


JORGE FALCONE



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